El significado de las palabras


El hablar constituye una actividad que forma parte de la vida cotidiana. Witgenstein afirma que el significado de un término es inseparable o indisociable de su uso en el lenguaje ordinario. Cada proposición o expresión va a tomar sentido en relación al juego de lenguaje en el que se encuentre contenida. Con esto se quiere indicar que no habría un único lenguaje, sino multiplicidad de contextos otorgadores de sentido que lejos de ser fijos o inmóviles, mantienen una constante dinámica de cambio o transformación vinculada directamente con el uso, con el lenguaje de cada día.
Cuando los filósofos usan una palabra- conocimiento, ser, objeto, yo, proposición, nombre,- y tratan de captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene su tierra natal?
Hay que preocuparse por el uso que en el lenguaje ordinario tienen las palabras o las expresiones, se debe preguntar por el funcionamiento de nuestro lenguaje ordinario y no por su significado como si éste fuese algo de segundo orden, distinto de la palabra.
Se dice: no importa la palabra, sino su significado; y se piensa con ello en el significado como en una cosa de la índole de la palabra, pero diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado (…)
En este sentido la palabra y su significado no serían cuestiones de diversa índole, sino que en rigor, el significado de la palabra estaría ya insto en su uso y el hecho es que la filosofía no puede interferir con el uso efectivo del lenguaje, puede a la postre, solamente describirlo.
Pensar que el lenguaje es algo singular en tanto que puede conocerse su esencia última, no es más que una ilusión gramatical; un problema. Y los lenguajes ideales, ficticios, no pueden reemplazar el lenguaje corriente, sino sólo iluminar el uso que efectivamente éste tiene.
La filosofía expone meramente todo y no explica ni deduce nada puesto que todo yace abiertamente no hay nada que explicar (…)
En la búsqueda de aquello esencial que pretende poner de manifiesto, el filósofo, comete la extrapolación de expresiones por fuera de los límites del juego de lenguaje al que éstas pertenecen, o bien formula preguntas que se salen de los límites del juego porque no comprende que éstos están “ahí” como objetos de comparación que arrojan luz o esclarecen aquellas condiciones de nuestro lenguaje por semejanza o desemejanza con la realidad. El lenguaje no remite a nada por fuera de sí mismo; es un juego de significantes que adquieren su sentido a partir de su juego. Por ello no es posible pensar que exista un “afuera ideal” respecto de lo cuál el lenguaje diese cuenta.
El único modo de salir del atolladero es comprender, en todo caso, al lenguaje como lo que es: Un objeto de comparación- como, por así decirlo, una regla de medir; y no como un prejuicio al que la realidad tiene que corresponder. (el dogmatismo en el que tan fácilmente caemos al filosofar)

No hay comentarios: