Desde el avión, Buenos Aires es un espejismo.
Humedad.
Ruido de bocinas, de fábricas, de barcos. De trenes, de ambulancias, de bares. De música en los boliches nocturnos y de máquinas de café. Cada día y cada noche. Ruido.
Parece despedirme con los brazos abiertos de cemento y luz verde. Fluorescente luz de los ojos de las cucarachas y de las ratas. Mil ojitos escondidos debajo de las alcantarillas.
Buenos Aires majestuosa y sucia. Toda rodeada por un caos misterioso y vital.
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